La mayoría de los conflictos que experimentamos a diario son fruto de un mal entendido. Eso significa que la comunicación no ha sido eficaz porque no hemos sabido emitirla acertadamente o no hemos la hemos recibido en sintonía con su emisor. Hay muchos factores que condicionan la eficacia de la comunicación y que pueden jugar en nuestra contra. Y muchos de ellos pueden, además, coincidir en una misma situación y complicar la comprensión hasta el extremo, lo que puede generar un conflicto serio con otra persona. El cansancio, la mala alimentación, la falta de atención, los prejuicios, la carencia del lenguaje necesario, la mala interpretación del lenguaje no verbal, la incapacidad para expresar adecuadamente nuestras necesidades o sentimientos… Todos esos aspectos pueden generar violencia en una comunicación, y no porque nos pongamos a gritar si no porque nos conduzcan a un intercambio de reproches, un sentimiento de culpa o de agobio o no nos ayuden a resolver una situación concreta, desde un horario de cenas en casa hasta una reunión de trabajo. La lista de interferencias puede ser infinita y no depender, en muchos casos, de nuestra voluntad, como sucede con las emociones que suelen ser involuntarias.
Pero sí podemos aprender a usar adecuadamente determinadas herramientas con las que canalizar la comunicación, y los factores que intervienen en ella, para que sea lo más eficaz, positiva y no violenta posible. El libro “Comunicación no violenta” de Marie-Jeanne Trouchand (Ediciones Urano) es una muy buena manera de empezar a familiarizarse con los conceptos básicos y con las técnicas más sencillas del arte de la escucha activa y de la gestión de emociones, dos de las habilidades más importantes para desarrollar la comunicación no violenta, avanzar en el camino del autoconocimiento y reaprender a relacionarnos con quienes nos rodean.

Un aspecto muy útil del libro “Comunicación no violenta” es que incorporar un glosario y que dedica bastante tiempo a matizar muchos términos que hoy, pese a estar en boga, o precisamente por ello, confunden más que aclaran la comunicación, tanto a nivel personal como en redes sociales. Lo que, de alguna manera, invita a reflexionar sobre la importancia que tienen la lectura y la conversación en nuestra habilidad para organizar nuestro pensamiento, identificar nuestras emociones y los sentimientos que de ellas derivan y generar una comunicación efectiva y no violenta. Incluso en el caso de la ira, que Trouchard sostiene que puede comunicarse adecuadamente. Un vocabulario lo suficientemente amplio y bien definido nos capacitará para encontrar las palabras adecuadas para expresar nuestros sentimientos y necesidades y comprender mejor los de los demás. Sólo desarrollando la capacidad de conversar podremos establecer diálogos útiles y constructivos porque nos habremos entrenado en el arte de la elocuencia y de la escucha, algo que a veces se pierde, o cuando menos se oxida, con el abuso de determinadas nuevas tecnologías, que sustituyen la charla por mensajes escuetos y, en ocasiones, carentes del contexto adecuado. En este sentido, creo que es muy interesante también el esfuerzo que hace Trouchard por aclarar la importante diferencia que hay entre las opiniones y los hechos y entre las necesidades y los deseos y la necesidad de responsabilizarnos de ellos. El trabajo personal es indispensable para poner en marcha la comunicación no violenta porque, para empezar, tendremos que reflexionar sobre por qué determinadas palabras, expresiones o situaciones pueden desencadenar en nosotros reacciones negativas. Esa introspección obliga a darle la razón a Trouchard cuando sostiene que hay que mantener una actitud personal de apertura de mente y estar dispuestos a cambiar si queremos modificar las dinámicas de nuestras relaciones. Para ello, “Comunicación no violenta” dedica varias páginas a la necesidad de prestarnos más atención, de querernos y cuidarnos con convencimiento y sinceridad; ser, en definitiva, benevolentes con nosotros mismos sin olvidar que también tenemos que dejar un hueco en nuestro interior para los demás seres humanos, especialmente para aquellos que más nos importan.
Para mostrar que ese cambio es posible y que se puede ir poniendo en práctica en el día a día, Trouchard trufa los amenos capítulos de “Comunicación no violenta” con ejemplos sencillos con los que todos podemos sentirnos identificados. Además, nos abre la puerta a otros expertos pioneros en este campo, como Marshall Rosenberg, a quien merece la pena escuchar no sólo por su trabajo en conflictos internacionales si no porque sus propuestas son asequibles para nuestras relaciones cotidianas.
Las técnicas de comunicación no violenta también se aplican en los procesos de mediación porque pueden ayudar a regenerar la confianza –importante siempre pero fundamental en los malos momentos- y tender de nuevo los puentes que las partes en conflicto puedan necesitar para alcanzar un acuerdo que satisfaga los intereses de todas ellas.
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