“Manual para la gestión y resolución de conflictos”, de Josep Redorta (Almuzara), es una lectura muy recomendable para las personas interesadas en la mediación porque combina de una manera ágil y asequible muchas de las nociones básicas que merece la pena tener en cuenta a la hora de enfrentarse a un conflicto.
Además de desgranar conceptos teóricos como “conflictología”, “estructura de conflicto” o “conflicto latente”, Redorta, que tiene una amplia y variada experiencia como mediador, aborda técnicas útiles para las sesiones de mediación, con gráficos y tablas específicos que pueden ser adaptados a casos concretos. Los capítulos dedicados a la gestión de las expectativas y la gestión de las escaladas del conflicto son muy interesantes por dos razones: el papel que juegan en el presente del conflicto y en su proyección futura y por la atención que se les debe prestar, aunque ni siquiera aparezcan inicialmente planteados por las partes en conflicto.
Pero lo que más me ha gustado del enfoque de Redorta sobre la mediación de conflictos es su disposición a que profesionales de otras disciplinas sean los desarrolladores de la mediación. En varios momentos pone de relieve la escasa flexibilidad que el mundo jurídico ha demostrado a la hora de establecer puentes con otros campos de las Humanidades –él cita en varias ocasiones la Antropología como una de las materias que más puede aportar a la mediación de conflictos- y abre la puerta a que este área de conocimiento sea el punto de encuentro y la nueva rama que, entre todos, pueda crecer y florecer, para ayudarnos a crear una nueva cultura del diálogo y de la negociación. Esta dimensión, del manual y de la disciplina en sí, también debería hacernos pensar sobre los pilares sociales e históricos que han favorecido que la mediación, o procesos similares, sean más conocidos, aceptados y utilizados en unos países que en otros. ¿Qué conclusiones generales se podrían extraer de un análisis sobre la ausencia de cualquier referencia a la negociación en el imaginario de la mayoría de los españoles? ¿No invita, de alguna manera, a pensar que la confrontación y la victoria total son parte de nuestros marcos de referencia y que eso se conecta con otros aspectos que nos definen como individuos y como grupo social?
Son muchos los niveles de lectura que se pueden abordar a partir de la mediación de conflictos y todos nos atañen de una u otra manera: desde el manejo de nuestras emociones hasta el lenguaje al que recurrimos para expresarlas o dirigirnos a los demás. Estoy segura de que nadie que lea el “Manual para la gestión y resolución de los conflictos” de Josep Redorta lo hará sin pensar que puede aplicar sus planteamientos –pese a que muchos se ciñen a la gestión de conflictos en grupos- a sí mismo y a todo tipo de situaciones, personales y laborales. No hay compartimentos estancos, pese a que podemos aprender a que los problemas en uno no deben afectar a los otros, ni en el manejo de nuestras emociones ni en las actividades habituales. Quizá por aquí discurra el camino de la mejora en la comprensión y la resolución de los conflictos, poniendo además la comunicación en un primer plano, algo muy necesario en tiempos de individualismo y prisas, dos aspectos que condicionan y distorsionan una de las principales herramientas de la resolución de conflictos: la comunicación de calidad.